domingo, 20 de noviembre de 2011

AMORES JUVENILES



Lentamente abrí el arcón que conservaba, cuidadosamente protegidos en cristalinos y crujientes envoltorios, miles de "te quiero".
Alzar la tapa y ver diluirse los mensajes como polvo de estrellas en el infinito fue todo solo uno.
Miré el ya casi vacío arcón. En su fondo había quedado adherido un cuaderno de engalanada cubierta que llevaba escrito "POEMAS PARA CRISTINA" J. J. A. G. y en un ínfimo rincón, el envoltorio que no había desplegado su vuelo. Con cuidado lo abrí y leí :

“Cuando es más bello el verso del poeta
Refleja fiel el rostro de su amada.
Sín lástima, un tiro de saeta le ciega la mirada.
Trata en vano de hacer una silueta
Inútil balbucear de pincelada.
Necesidad de ver en el violeta
Ardiente beso de enamorada

AÚN TE AMO".
Remolinos de recuerdos se desplegaron: las casuarinas que escoltaban nuestro paseo; las alondras que, cuando se tiene veinte años, anidan en el corazón; la melodía que nos envolvió en un asombro compartido. También otra elección; otro camino que, al fin de cuentas, dejó en la tristeza a ambos.
Cuaderno, arcón y mensaje fueron devorados por las llamas. El pasado no vuelve

RENOVACIÓN


Guardado
Archivado
Oculto
Nebulosa
Bruma
Abrumar
Recordar
Recuerdo
Polvo
Desempolvar
Inutilidad
Insatisfacción
Angustia
Angustiar
Angosto
Estrecho
Polvo
Obnubilar
Obturar
Desestimar
Desempolvar
Limpiar
Abrir
Sacudir
Elegir
Tirar
Arrojar
Ventilar
Airear
Reconciliar
Autorreconciliarse
Elección
Desechar
Iluminar
Sol
Soleado
Asolear
Respirar
Imaginar
Convicción
Soñar
Desear
Luchar
Andar
Sonreír
Sonrisa
Seguridad
Estima
Reír
Elegir
Experimentar
Reír
Vida
Vivir.

jueves, 17 de noviembre de 2011

EL ÚLTIMO SEGUNDO


Tic tac. Tic…tac… Tic…
Cayeron los párpados con lentitud, como negándose a hacerlo. Un rumor confuso dentro del cerebro daba órdenes contradictorias: abrirlos y seguir; cerrarlos y entregarse.
Tic… tac…
De una cara estaba lo bullente, lo vertiginoso, lo apasionante de la vida; detrás, la entrega inerme.
—¡Abrí los ojos! ¡No te vayas, volvé!

Doris escuchaba la voz del médico que la urgía a levantar los párpados. Las imágenes danzaban alocadas,pasaban raudas ante sus ojos semiabiertos: las caricias de su padre, el nacimiento de sus hijos,…
Tic tac. Tic tac.
—¡Vamos, Doris! Un esfuerzo más
Las imágenes rodaban, se atropellaban; las había luminosas, descoloridas; lágrimas, lágrimas, muchas lágrimas. Otras se rebelaban a concretarse en forma y color. La mujer pasaba revista a su vida. Suspiró.

—Está volviendo; esperemos.
Tic tac. Tic tac.
Segundos que valían por la eternidad. Un instante. Una mínima fracción de segundo para decidir si alzaba los párpados o no.

Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic... tac...Tic...
El médico, que no despegaba sus ojos de los de ella ni sus manos prestas a la resucitación cardiopulmonar, vio de pronto sólo la esclerótica ocupar las cuencas oculares. Ni un estertor ni un suspiro ni la exhalación final. Doris se fue llevándose todo consigo.



Juan arrojó el reloj por la ventana del departamento. En su incredulidad e impotencia pateó muebles, puertas y paredes. No gritó, ni siquiera habló. La muerte de Doris lo dejaba perplejo y desairado a la vez. Morirse así, en unos minutos, sin que mediara circunstancia previa…Al fin ¿quién se creía que era? Irse al otro mundo sin haber pensado en él.
Que se ocuparan los hijos de los trámites del sepelio, que la sepultaran donde quisieran o la cremaran pero ni de sus cenizas se ocuparía. Dejarlo así… No era justo. ¿Quién se ocuparía de sus menesteres ahora? Así…tan repentinamente.

Salió del departamento, ante la mirada de los demás, sin pronunciar palabra. Que lo miraran, nomás. Caminó sin rumbo. La tarde estaba linda, serena. Por un instante creyó ver que Doris se le acercaba; la rechazó con el pensamiento. Él haría su vida.

Los hijos la sepultaron. Lloraron más pensando en todos los disgustos que había pasado su madre que por su muerte. Al fin, para ella había sido una liberación. La historia había sido demasiado cruda; había puesto el punto final con su deceso. Ellos estaban tranquilos a pesar de su ausencia inexorable; de todos modos, no habría regreso para segundo intento.

Ninguno quiso buscar a su padre. Andaría por ahí, cerca, lejos, no querían saberlo. Hombre bueno pero déspota. No querían convertirse en sus nuevas víctimas. Por el momento dejarían las relaciones parentales en ese estado; luego verían.

Juan retomó de inmediato su trabajo, su rutina de vida. Apenas agradecía las condolencias por mera cortesía y de inmediato cambiaba el tema. Doris era pasado. Doris era inexistente, no podía dedicarle ni un segundo de su presente. Ella lo había dejado, había decidido morirse en lugar de acompañarlo, sostenerlo en la concreción de sus proyectos. No existía. Él atendía su presente, su camino trazado. Llegó a olvidar que había estado casado. Al fin, “nadie se muere de soledad”, afirmaba.

Pasaba el tiempo e iba deglutiendo todas las circunstancias que le vida le ofrecía, siempre solo. Se las apañaba. No se lo veía con nadie, convencido como estaba de que jamás sería comprendido.

Tic tac. Tic…tac… Tic…
Cuando Juan no pudo levantar más los párpados, nadie se enteró.