Judith miraba por la ventana. Sus
ojitos brillosos de lágrimas inocentes, fijos se perdían en un punto más allá
de todo. En su manita, un soldadito de plomo sufría la presión furiosa que la
niña le imprimía
Su padre entró al recinto. Como un
golpe asestado en pleno rostro percibió el desorden que por vez primera reinaba
en la sala de juegos . Tambores destruidos, caballitos descuartizados,
soldaditos descabezados se entremezclaban en una multiplicidad de trozos
irreconocibles.
— ¡¡¿Cómo te has atrevido a esto, Judith?!! Serás castigada por el desprecio que significa hacia tus padres.
— ¡¡¿Cómo te has atrevido a esto, Judith?!! Serás castigada por el desprecio que significa hacia tus padres.
La niña se acercó a su padre.
Clavando su mirada en el centro mismo de los ojos del hombre habló con voz
queda:
— Buscaba una bailarina y un hada— dijo mientras alzaba el último soldadito quebrándolo en partes asimétricas.
— Buscaba una bailarina y un hada— dijo mientras alzaba el último soldadito quebrándolo en partes asimétricas.
Ante el silencio y la mirada
impávida de su padre, la princesita se dirigió a la ventana y saltó al vacío


