
No pienses que vivo mirando mi ombligo. No pienses que estoy ciega de dolor, que no puedo ver a otras personas con todas sus virtudes. Puedo, sí, puedo mirarte y verte, ver tu maravilloso mundo interior. Tus celestes y ocres plasmados en una pintura; tus elecciones literarias; el placer igualado en un Mozart, Chopin, Debussy; Monet, Degas, Xul Solar, Goghin; tu toma de posición frente los aconteceres de la sociedad, del mundo; tu palabra de autoridad acerca de muchos tópicos. Puedo, si, escuchar las múltiples anécdotas que acumulaste en tu vida; complacerme en las que compartís conmigo, sentir tu tímido orgullo cuando ponés en mis manos todos los diplomas que te acreditan.
Puedo sentir el abismo cuando tu mano derecha apoyada con suavidad en mi hombro izquierdo marca la distancia psicofísica en el saludo de despedida de cada encuentro...
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