domingo, 19 de junio de 2011

PROFECÍA


Una extraña premonición se cruzó durante mi sueño. No recuerdo qué fue, exactamente; sólo sé que el terror me paralizó un momento y que en la duermevela que siguió atiné a pensar que se trataba sólo de una pesadilla que no pudo aflorar. Me pareció distinguir la respiración contenida de mi esposo pero caí en la cuenta de que era sólo mi fantasía ya que estaba sola en el dormitorio. La luz de la luna me acompañaba fija en la ventana.
Desde que mi marido se dedicara con mayor asiduidad a la escritura, mis noches eran más solitarias. Él prefería el silencio nocturno para idear a gusto sus historias. No había logrado que me dijera cómo las iba entretejiendo; lo único que obtuve fue que se encerrara cada vez más en esa esfera en que la credibilidad de la historia fuera el centro de sus esfuerzos.
Había días en que su personaje lo habitaba con tanta fuerza que tenía actitudes impropias de un adulto en sus cabales, tales como recorrer la casa, a gatas, en plena oscuridad y con el mayor sigilo ¿Qué historia estaría escribiendo?
La pesadilla que aquella vez se insinuó se cristalizó en una escena aterradora: era mi esposo quien mientras yo dormía blandía un hacha con la evidente intención de hacerla caer sobre mi cabeza, un hacha pequeña que recordaba a los de los vikingos, con tientos en la empuñadura y de hoja negra. Una así apareció un buen día decorando la pared del pasillo que comunica los dormitorios con la biblioteca.
La pesadilla se tornó recurrente. Esa noche me levanté y me asomé por la puerta entreabierta de la biblioteca. Él no estaba escribiendo; como transportado a otra dimensión, los ojos azorados de espanto, sostenía en alto el hacha presta a caer. ¿Tanto podía obsesionarle su personaje? ¿Tan vívidamente necesitaba meterse en la piel de su personaje? Había una simbiosis inexplicable entre su conducta y mi pesadilla.
Ese hombre, que me llenara una vez de ternura, comenzó a inquietarme. Parecía obsesionado por su relato, por los giros que iba tomando su historia (esto lo suponía, pues nunca supe qué estaba escribiendo)
Había noches en que, entre sueños, lo escuchaba deslizarse a hurtadillas por las habitaciones y hasta creía verlo de pie ante mí, mirando mis cabellos brillosos de luna, los ojos llenos de terror y un rictus de odio en sus facciones ¿Es que estaría durmiendo con mi asesino?
LA extraña situación continuó. Nunca quise abrir los ojos por temor a confirmar que, efectivamente, mi esposo descargaría el hacha sobre mi cabeza.



A partir del cuento LAS PANTERAS Y EL TEMPLO de Abelardo CAstillo

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