En una de esas vacié un tacho en el que había un muñeco de grandes ojos
azules. Me llamó la atención el realismo del muñeco. Los recipientes me seguían llegando y continuaba
vaciándolos. Por supuesto que los dos ojazos azules quedaron tapados por más y
más basura.
Nunca pude olvidar esos ojos. Pasaron los años y se inició la comezón de la duda: más parecía un bebito
que un juguete:¡ había una mirada desde esos retazos azules! Me pregunto si el
tiempo, misericordioso médico, habrá borrado de mis oídos los posibles vagidos o hasta el llanto. O si habría estado ya muerto.
