lunes, 5 de diciembre de 2011

SOMBRAS



Caminaban juntas nuestras sombras
en la penumbra aromada.
Sólo se oía
un suave rumor de aleteos.
Se alargaban en la bruma
y se unían bajo el resplandor de la luna.

Había mucha tristeza en tu rostro…
Aunque desearas caminar así a mi lado,
sabías que eso sólo podía ser en tu fantasía.
Tus pasos te llevaban sin rumbo por el sendero
¿Hacia dónde?...
¿Hacia el ayer o el mañana?

El ladrido de los perros a la luna
te volvió a la realidad:
ya no estaba yo contigo;
era sólo mi recuerdo
el que te acompañaba por el camino.
Mi cuerpo yacía rígido y frío en otro sendero
No sé si te acercaste a mi sepulcro.
Sólo sé que desearías
que nuestras sombras se enlazaran por siempre
y fueran sólo una.

Amor más fuerte que la muerte,
conmigo se fueron los aromas y los aleteos.
La sombra que se alargaba era la tuya
en la hora de la amargura.

domingo, 20 de noviembre de 2011

AMORES JUVENILES



Lentamente abrí el arcón que conservaba, cuidadosamente protegidos en cristalinos y crujientes envoltorios, miles de "te quiero".
Alzar la tapa y ver diluirse los mensajes como polvo de estrellas en el infinito fue todo solo uno.
Miré el ya casi vacío arcón. En su fondo había quedado adherido un cuaderno de engalanada cubierta que llevaba escrito "POEMAS PARA CRISTINA" J. J. A. G. y en un ínfimo rincón, el envoltorio que no había desplegado su vuelo. Con cuidado lo abrí y leí :

“Cuando es más bello el verso del poeta
Refleja fiel el rostro de su amada.
Sín lástima, un tiro de saeta le ciega la mirada.
Trata en vano de hacer una silueta
Inútil balbucear de pincelada.
Necesidad de ver en el violeta
Ardiente beso de enamorada

AÚN TE AMO".
Remolinos de recuerdos se desplegaron: las casuarinas que escoltaban nuestro paseo; las alondras que, cuando se tiene veinte años, anidan en el corazón; la melodía que nos envolvió en un asombro compartido. También otra elección; otro camino que, al fin de cuentas, dejó en la tristeza a ambos.
Cuaderno, arcón y mensaje fueron devorados por las llamas. El pasado no vuelve

RENOVACIÓN


Guardado
Archivado
Oculto
Nebulosa
Bruma
Abrumar
Recordar
Recuerdo
Polvo
Desempolvar
Inutilidad
Insatisfacción
Angustia
Angustiar
Angosto
Estrecho
Polvo
Obnubilar
Obturar
Desestimar
Desempolvar
Limpiar
Abrir
Sacudir
Elegir
Tirar
Arrojar
Ventilar
Airear
Reconciliar
Autorreconciliarse
Elección
Desechar
Iluminar
Sol
Soleado
Asolear
Respirar
Imaginar
Convicción
Soñar
Desear
Luchar
Andar
Sonreír
Sonrisa
Seguridad
Estima
Reír
Elegir
Experimentar
Reír
Vida
Vivir.

jueves, 17 de noviembre de 2011

EL ÚLTIMO SEGUNDO


Tic tac. Tic…tac… Tic…
Cayeron los párpados con lentitud, como negándose a hacerlo. Un rumor confuso dentro del cerebro daba órdenes contradictorias: abrirlos y seguir; cerrarlos y entregarse.
Tic… tac…
De una cara estaba lo bullente, lo vertiginoso, lo apasionante de la vida; detrás, la entrega inerme.
—¡Abrí los ojos! ¡No te vayas, volvé!

Doris escuchaba la voz del médico que la urgía a levantar los párpados. Las imágenes danzaban alocadas,pasaban raudas ante sus ojos semiabiertos: las caricias de su padre, el nacimiento de sus hijos,…
Tic tac. Tic tac.
—¡Vamos, Doris! Un esfuerzo más
Las imágenes rodaban, se atropellaban; las había luminosas, descoloridas; lágrimas, lágrimas, muchas lágrimas. Otras se rebelaban a concretarse en forma y color. La mujer pasaba revista a su vida. Suspiró.

—Está volviendo; esperemos.
Tic tac. Tic tac.
Segundos que valían por la eternidad. Un instante. Una mínima fracción de segundo para decidir si alzaba los párpados o no.

Tic tac. Tic tac. Tic tac. Tic... tac...Tic...
El médico, que no despegaba sus ojos de los de ella ni sus manos prestas a la resucitación cardiopulmonar, vio de pronto sólo la esclerótica ocupar las cuencas oculares. Ni un estertor ni un suspiro ni la exhalación final. Doris se fue llevándose todo consigo.



Juan arrojó el reloj por la ventana del departamento. En su incredulidad e impotencia pateó muebles, puertas y paredes. No gritó, ni siquiera habló. La muerte de Doris lo dejaba perplejo y desairado a la vez. Morirse así, en unos minutos, sin que mediara circunstancia previa…Al fin ¿quién se creía que era? Irse al otro mundo sin haber pensado en él.
Que se ocuparan los hijos de los trámites del sepelio, que la sepultaran donde quisieran o la cremaran pero ni de sus cenizas se ocuparía. Dejarlo así… No era justo. ¿Quién se ocuparía de sus menesteres ahora? Así…tan repentinamente.

Salió del departamento, ante la mirada de los demás, sin pronunciar palabra. Que lo miraran, nomás. Caminó sin rumbo. La tarde estaba linda, serena. Por un instante creyó ver que Doris se le acercaba; la rechazó con el pensamiento. Él haría su vida.

Los hijos la sepultaron. Lloraron más pensando en todos los disgustos que había pasado su madre que por su muerte. Al fin, para ella había sido una liberación. La historia había sido demasiado cruda; había puesto el punto final con su deceso. Ellos estaban tranquilos a pesar de su ausencia inexorable; de todos modos, no habría regreso para segundo intento.

Ninguno quiso buscar a su padre. Andaría por ahí, cerca, lejos, no querían saberlo. Hombre bueno pero déspota. No querían convertirse en sus nuevas víctimas. Por el momento dejarían las relaciones parentales en ese estado; luego verían.

Juan retomó de inmediato su trabajo, su rutina de vida. Apenas agradecía las condolencias por mera cortesía y de inmediato cambiaba el tema. Doris era pasado. Doris era inexistente, no podía dedicarle ni un segundo de su presente. Ella lo había dejado, había decidido morirse en lugar de acompañarlo, sostenerlo en la concreción de sus proyectos. No existía. Él atendía su presente, su camino trazado. Llegó a olvidar que había estado casado. Al fin, “nadie se muere de soledad”, afirmaba.

Pasaba el tiempo e iba deglutiendo todas las circunstancias que le vida le ofrecía, siempre solo. Se las apañaba. No se lo veía con nadie, convencido como estaba de que jamás sería comprendido.

Tic tac. Tic…tac… Tic…
Cuando Juan no pudo levantar más los párpados, nadie se enteró.

sábado, 3 de septiembre de 2011

ÁGUILA


Diana solía pasar mucho tiempo sentada en la hierba del parque en silencio, con la mirada dirigida hacia lo alto.
Aunque no tenía dificultades para integrarse con otras nenas y era alegre y vivaz, frecuentemente se la encontraba sola, mirando el cielo.
— ¿Qué ves allí arriba, Diana?, preguntó la madre
— Mucho espacio libre, las nubes. Me gustaría estar allí. Algún día iré, sentenció
— ¿Y qué harías en ese lugar ¿ inquirió Susi continuando el fantaseo de la pequeña
— Miraría todos los árboles, las casitas de los duendes, el río, los animalitos. ¡Será hermoso estar ahí! Volar y volar, con todo el espacio para mí, sin molestar a nadie y que ninguno me diga por dónde tengo que ir
Susana se asombró de las palabras de la pequeña, hablando de alguna forma de libertad, autodependencia y, en cierta forma, de moverse sola por el mundo.
— Sí, mi amor, pero no hay escaleras tan largas que lleguen hasta el cielo, acotó como para borrar sus impresiones
— No importa. Yo tendré alas grandes y fuertes y podré volar, no como el tonto del avestruz que tiene las alas grandes pero no le sirven para recorrer el cielo.
Para sacarla de su ensoñación le sugirió unirse a su abuelo que andaba por allí; quizá continuarían hablando de pájaros…
Ignacio había heredado de su padre la pasión por el avistaje de aves. Las reconocía por su silueta en movimiento recortada en el cielo del amanecer y de las últimas luces del día. Las figuras que trazaban en el aire eran para él como un ballet en una gala. No hubo otra tarea que le apasionara más para conectarse con la otra faceta de su vida; su largavistas era esencial en su lugar en este mundo.
—Abuelo, ¿qué estás mirando?
—Unos pájaros
—Quiero ir a verlos más cerca de ellos
El ruego en la vocecita, con la curiosidad propia de sus tres años, se aunó con su pasión.
—Bien, nos acercaremos con mucho cuidado. ¿Caminarás tomada de mi mano sin soltarte, verdad?
Iniciaron el ascenso hacia un monte boscoso ubicado tras un promontorio de rocas. El sol, acompasando el paso de las nubes, doraba, encendía o grisaba las piedras.
Tras el roquerío apareció el bosque aromado de cedros y pinos, encendido de arces cobrizos, cuyas copas recortaban en el cielo ondulante recorrido. Una coreografía de verdes brillantes, azulados, gris pleno en el gran aromo; cortezas blancas o canela entre las de colores castaños, lisas unas, o rugosas otras…El sitio ideal para que habitaran las hadas y duendes de Diana.
Ninguna hoja rumoreaba en la quietud del momento. Sólo, más allá, desde un gran árbol aislado, llegaba el sonido del aleteo de una pareja de águilas. El nido se divisaba con nitidez, debido a su gran tamaño, por lo cual supo Ignacio que sería ya bastante viejo.
De pronto, el hombre percibió cómo a su mano aferrada a la de la niña pasaban las vibraciones convulsivas de la chiquita. Sin que tuviera tiempo para reaccionar, Diana corrió en dirección al gran nido.
Ignacio, presa de del sofoco producido por la desesperación, cruzó el bosque al tiempo que atinó a llamar a la familia. Él no esperaría, correría los riesgos que se presentaren para rescatar a la nena.
Al momento de llegar las otras personas quedaron todos pasmados al ver a Diana introducirse en el hogar de las águilas, mientras la pareja de aves revoloteaba sobre el mismo.
Aquí comienza otra historia: la niña se sintió transportada a otra dimensión, dejó de ser Diana. Desde el fondo calentito del nido, sus ojitos curiosos observaban el cortejo de la pareja, que se elevaba encumbrándose utilizando las corrientes térmicas, los vuelos ondulantes con repetidas caídas en picado y nuevo ascenso en rápido aleteo. Finalizada la danza, la hembra ofreció sus garras al macho con quien había compartido toda su vida, justo encima de su hogar, sin dejar de mirarse ambos a los ojos durante el apareamiento.
Diana sintió convertirse en una masa gelatinosa protegida por un cascarón. La hembra la incubaba y , pasados tres días, puso otro huevo.
Como era de esperar, eclosionó primero el de la nena quien, ni bien nació su hermanastro, lo devoró respondiendo a los dictados de su nueva especie, reproduciendo en cierta forma el complejo de Caín y Abel.
Casi un año se extendió el acompañamiento de sus nuevos padres. Afinó su comportamiento incorporándolo a su memoria, adquiriendo a la vez la capacidad de resolver nuevos problemas, capacidad que muchas veces predomina sobre el instinto; condición esencial pues las águilas vuelan solas, no compiten con otros ejemplares de su especie.
Los fuertes picotazos de sus progenitores le indicaron que había llegado el momento de emprender su vida autónoma. Se elevó alto, muy alto, con todo el cielo para ella. Allí arriba tomó mayor conciencia de la agudeza de su vista, con dos puntos focales: uno para mirar hacia el frente y el otro, hacia los costados escudriñando la distancia para descubrir su objetivo y lanzarse hasta alcanzarlo.
Allá abajo, un bosque, mamíferos que satisfarían su apetito y el hilo de plata en donde abrevarían antes de que ella los capturara con sus garras poderosas y los casi tres metros de envergadura de sus alas le facilitara llevarlos al lugar indicado para devorarlos.
Las tormentas no la amedrentaban, utilizaba las ráfagas de viento tempestuoso y planeando se elevaba sobre la misma superando los peligros que representan los vientos y la lluvia.
Un día, un macho había desplegado su plumaje ante ella, le había ofrecido alimento, danzó para su solaz. Supo entonces Diana que la otra parte de la historia, la de la perpetuación de la especie, había dado comienzo. Buscaron un árbol frondoso, alejado del bosque. Sostenido de la horquilla más fuerte comenzaron a construir el nido que sería su hogar, el que iría creciendo con el pasar de los años. También realizaron el vuelo nupcial y mirándose a los ojos se entregaron el uno al otro para toda su existencia.
Como a todos los ejemplares de su especie, les llegó el momento de renovar su pico, garras y plumas para poder continuar su vida. Un proceso doloroso, que llevaron a cabo en soledad y les insumió cinco meses pero les aseguró otros treinta o cuarenta años de vida.
Al igual que las águilas, los seres humanos muchas veces necesitan resguardarse por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación, desprendiéndose de costumbres y otras ataduras del pasado que impiden el desarrollo, ya que sólo libres del peso del pasado se puede aprovechar el valioso resultado de una renovación.
Diana también picoteó con fuerza a sus polluelos para que emprendan su propia vida. Otra enseñanza valiosa: el reconocimiento de los hijos como individuos y no como prolongaciones de los progenitores.

Ignacio falleció de tristeza al poco tiempo del episodio. Susana comprendió y respetó las palabras de su hijita; supo que de esa manera lograría su objetivo.

domingo, 28 de agosto de 2011

RAÍCES




Huérfano de madre desde los dos años, Lucio era inseparable de su padre. El traqueteo de las ruedas del tren sobre los rieles fue su canción de cuna y la melodía hogareña que acompañó su crecimiento.
Las reuniones en La Fraternidad formaban parte de su rutina, igual que el trayecto por el metálico andarivel, llevando piedra y otros materiales en una formación de ochenta vagones de una localidad a otra o el cambio de vías a la altura de la avenida Colón.
Tenía tan incorporadas esas actividades que no se las cuestionó sino hasta haber cumplido los veintidós años. Quería otro futuro para él.
Como burla del destino, comenzó a trabajar como chofer en ómnibus de larga distancia, ahí no más, pegadita la terminal a la estación ferroviaria. Impecable camisa celeste, pantalón y corbata azules, una palabra siempre atenta para los pasajeros, inició a rodar por la ruta entre Olavarría y Buenos Aires. Pocas veces lo enviaban a otros destinos; habitualmente finalizaba su recorrido en su ciudad natal para el descanso, quizá por cuestión del costo de los viáticos.
Sentía un placer que lo embriagaba al pasar con la unidad, al entrar o salir de la ciudad, frente a una casa antigua, ubicada sobre avenida Pringles, cerca de la Colón. Su sueño era comprarla para que fuera su refugio, su “bunker”.
— Nene, ¿una casa tan vieja vas a querer? De sólo pensar en las refacciones debería darte escalofríos. Así comentaba su compañero de viaje antes de acomodarse para dormir hasta Las Flores, donde debía tomar el volante.
A veces hablaban de mujeres, de las que tenían como compañeras de paso por una u otra localidad; de algunos críos que veían de vez en cuando porque ser chofer de larga distancia implica estar casi siempre rodando y con suerte, dormir alguna noche en algún hotelucho o con esa mujer que aceptaba con naturalidad la ocasional visita. Varios tenían esposa e hijos legitimados a quienes también veían entre pasada y pasada y en el fondo, muy en el fondo de su celo, les cabía la duda de su paternidad.

Antes de cumplir los cuarenta años, Lucio volvió sentir con fuerza esa sensación de insatisfacción y vacío que no compartían sus compañeros de trabajo, conformes con su ir y volver; era lo que habían elegido o lo que la suerte laboral les había puesto por delante y no cuestionaban. Tampoco se preguntaban si eran felices; lo hacían y nada más.
El panorama de los viajes se abrió ante Lucio como un abanico multicolor cuando entró a trabajar en una empresa de trasporte de cargas variadas, con camiones. La sede central estaba en Buenos Aires, en Lanús. En su recorrido hasta allí desviaba su atención ante cada casa antigua; parecían llamarlo.
Era otra vida, aunque siempre sobre ruedas. No conocía otro tipo de actividades. De hierro o de caucho, sus vivencias ocurrían a cien centímetros del suelo. Lo enviaban a distintos lugares del país; así supo de calores sofocantes o transitar por la nieve con las cubiertas encadenadas.
Sus ojos nunca dejaron de detectar y detenerse en añejas viviendas. En esos momentos, sentía que el vello de todo su cuerpo se erguía formando matorrales, como finas raíces enmarañadas. Una sensación inexplicable que no dejaba de ocurrir.
Un día decidió bajarse de las ruedas y comenzar a desplazarse con sus propios pies; le costaba hacerlo, fuera por la falta de costumbre o porque sus pies se habían vuelto nudosos por la artritis o vaya a saber qué.
Lo primero que buscó con el corazón apretado por la ilusión y el bolsillo abultado por el dinero reunido para comprarla, fue la casa de la avenida Pringles, casi Colón. La vivienda lucía ahora un aspecto exterior impecable. Un cartel anunciaba que allí funcionaba un hogar de descanso para ancianos. Repasó su historia personal: su padre había fallecido siendo maquinista; La Estrella y Plusmar tenían choferes con rostro apergaminado, la sonrisa parecía atada con un hilo para que no decayera ante los pasajeros y los ojos como hendiduras que habían dejado de apreciar la diferencia entre un día soleado, uno nublado, otro tormentoso, la noche, el día. Sus compañeros camioneros sufrían tan fuertes dolores a la altura de los riñones que les hacían maldecir cada viaje, protestaban furiosos por los tiempos muertos esperando ser cargados o descargados.
Se preguntó si con sus sesenta y cinco años era tan anciano como habitar en ese hogar de reposo o si le quedaba resto como para hacer suya esa casa de alguna manera.
Durante varios días la miró desde la vereda. Una noche saltó la reja y se dejó caer en el jardín que antecedía la entrada a la vivienda. Se acercó al cartel adosado a la pared izquierda; lo acarició y con sus brazos extendidos en cruz asió cada extremo. Todos los vellos de su cuerpo se erizaron formando matorrales como finas raíces enmarañadas.
La primera luz del sol acarició la nueva enredadera llena de botones florales que adherida a la pared, enmarcaba el cartel.

lunes, 25 de julio de 2011

DAVID


Caro, llamó la abuela ¿Podés ir al súper a hacerle las compras?
-Sí, má. Termino de acomodar los apuntes de la facultad y voy.
Carolina no sabía si juntar papeles, coraje, resignación o fastidio. Al fin la abuela Tita era la madre de su madre; se preguntó cuándo, en qué momento se de la vida uno termina por hacer a un lado los deberes filiales o el simple placer de hacer algo por sus progenitores.
Los 96 años de Tita hacían que dependiera de un andador para desplazarse; su lucidez mental su don de gentes, su impecable presencia, su campo cultural e iniciativas eran envidiables.
Caro tomó el 176 que la dejaba a dos cuadras del supermercado , a una de la de su abuela. Compró todo lo que pedía la lista y agregó por su cuenta unas masas finas, un mimo para la abuela.
Desde la esquina cercana al chalet de Tita vino un gran auto estacionado en la casa. Modelo nuevo, marca de buena cotización en el mercado. Su abu tendría visitas…
Al llegar vio todas las luces encendidas, los cortinados apenas entreabiertos; suave música selecta armonizando los espacios, rosas de delicada fragancia en la mesa para el té, preparada para tres personas, con su mejor vajilla Limoges. Tita lucía como en sus mejores tiempos (había sido una bellísima mujer) y el invitado, ya instalado…¡sorprendente!: de no haber sido ella profesora en Artes, su asombro no habría sido mayor al encontrar al mismísimo David de Michelángelo sentado a la mesa de su abuela.
-Pasá, pasá, Caro. Estábamos esperándote para iniciar con el té.
Colocó las masas finas en una fuente, las colocó junto a otras delicias y tomó asiento.
Una sensación inexplicable aturdía a la joven, no podía discernir entre realidad y fantasía. Pero el hombre estaba ahí, podía oírlo, palparlo si se atreviera.
-Conocés al señor ¿verdad, querida? Ella es Carolina, mi nieta.
-El placer de saludarla y conocerla, señorita…
-De igual modo, caballero. Comprenderá sin duda usted mi incertidumbre… Pensarlo en Italia, en un museo, sobre un pedestal y que estemos aquí dialogando supera cualquier fantasía… o delirio.
Tita contemplaba complacida a los jóvenes dialogando; la sonrisa le iluminaba el rostro. Mientras tanto, con el rabillo del ojo iba registrando a los curiosos que “sin querer” miraban hacia el interior de la vivienda. Imaginaba con picaresca alegría los comentarios que correría: “¡Un hombre desnudo en casa de Tita!!...¡Y qué musculatura, qué perfil, la piel brillosa como…ahhhh!!”
- No comprendo cómo llegó aquí- dijo por fin Caro, con la intriga trazando surcos en su rostro, pequeñas líneas paralelas en su entrecejo y adelantando sus labios sobre su boca.
- Usted no cree en las brujas ¿verdad? Pero que las hay…las hay
- Disculpe, me parece que no estamos para sandeces. ¿Me haría el favor de ponerse de pie, en la misma postura en que se lo conoce?
- La comprendo... a medias. Usted busca una explicación racional a mi presencia en esta casa. ¿Pensó en cuántas veces su abuela me vio en el Museo y que a su edad y con su capacidad financiera bien pudo darse el lujo de sacarme “a pasear” un poquito, como lo hacen con las obras de Dalí o de otros artistas?
David irguió sus tres metros de altura, colocó la pierna derecha en contraposto para asegurar el equilibrio; cargó la honda sobre su brazo izquierdo, dejó caer su brazo derecho finalizado en una mano algo mayor que la proporción requerida. Sus ojos perdieron la luz, su rostro de concentró en la proximidad del ataque a Goliat. La majestuosidad del mármol de Carrara y el ideal griego de belleza se concretaron ante Carolina.
-Tal cual! Detalle por detalle. No cabe ni la más mínima duda- dijo la joven con ojo de experta- Gracias. Disculpe, ¿puedo ofrecerle algo para cubrirse?
-Ja,jaj,jajjj! Soy David, no la Maja de Goya que visten y desvisten según pruritos de época.
- Permítame preguntarle acerca de su rictus, preparado para el ataque a Goliat… Se contradice con su voz clara, la serenidad de su trato y expresiones.
-Seamos realistas, mujer. De un gran bloque de mármol de Carrara, otros dos escultores no pudieron sacar más que desechos. Miguel Ángel me esculpió por pedido y salí como salí. Yo no soy yo. No conocí a Goliat. Esas son historias bíblicas.
El té y las confituras iban desapareciendo de la mesa entre palabra y palabra y los curiosos fuera de la casa de Tita iban en aumento. Las mujeres miraban con poco disimulada exacerbación y los hombres, sintiéndose cada vez más mínimos, casi pigmeos.
-¡Qué situación, David! En el museo no pasará desapercibida su falta.
-No pienso volver, querida. Ya dejé la mi réplica, que estaba afuera, en mi lugar. En todo caso, nadie se molestará cosa por una réplica.
-¿Qué piensa hacer entonces de su vida?
-Hum…¿le parece que podría desarrollarme como stripper?...
LA picardía en los ojos de la abuela Tita, con su gesto de satisfacción iluminando su rostro; el asombro en los de Carolina que no llegaba a conjugar la belleza griega en una acción tan mundana y el “síííí” desaforado y prolongado de las voces femeninas del exterior resolvieron la situación.

martes, 21 de junio de 2011

MAR




Necesitaba repetir ese paseo. Embarqué nuevamente en el “Leonardo da Vinci”; reiteré cada paso hasta la proa y me ubiqué en el mismo lugar.
Ronronearon los motores del catamarán; con movimientos suaves y certeros salió del atracadero y se ubicó mar adentro, paralelo a la costa. El guía nos dio la bienvenida y comenzó su guión explicativo.
Hacia la derecha, el azul inquieto del mar destellaba como espejo corcoveante. Mis ojos no se apartaban del agua. No me interesaba la ciudad vista desde allí; me eran indiferentes sus barrancos tapizados de verde y manchones multicolores.

El mar. El mar me absorbía, me hablaba con sus olas que el viento arreaba en tropel. La quilla del buque las hendía desafiante y ellas le respondían con un estallido salvaje asperjando con su cresta altiva la cubierta. Nuevamente pude atrapar gotas salobres en la boca, repitiendo el rito de comunión. Mis compañeros de viaje festejaban con gritos y risas nerviosas la forzada danza a la que el mar nos sometía.
Pasada la ráfaga, el cabeceo furioso de la nave se trocaba en balanceo expectante, a la espera de una nueva acometida. Las aguas pasaban del verde al pardo, ondulaban, caracoleaban y henchían el lomo amenazantes. El rumor en sordina y el fragor de las olas rompiendo se sucedían con demasiada rapidez. Permanecer en aguas abiertas ya resultaba peligroso.

El atracadero acogió impasible al buque en su lecho líquido, oscuro y hediondo.
Desembarqué sin prisa y me quedé en la escollera. Necesitaba estar muy cerca del mar; no en la playa a donde llega adelgazado en un arrullo; no lo requería en el silencio sino en su estruendo al estrellarse contras rocas pardas y esparcirse en miríadas de gotas de cristal…Allí es donde recupero la tranquilidad, la libertad y la fortaleza.

En la escollera, que es la solución de continuidad entre lo plano, lo previsto, cotidiano, rutinario que representa para mí la playa: la vida de siempre, la ya vivida. En la escollera. No en mar abierto que no deja más que cielo abierto, abismo de luz, donde no hay de dónde asirse y entorpece la experiencia del pensar.
La escollera. El punto de quiebre donde quiero inaugurar la mujer nueva, la que aplasta como a valvas de caracoles los silencios obligados, los gritos ahogados; la que quiere redimirse del sufrimiento de la violencia simbólica y de la otra, esa que denigra y desintegra la identidad, la propia imagen.

A golpe de agua se lavarán se lavarán el miedo y la indefensión que a mis siete años me humillaron en la pedofilia. Las olas me cantarán las rondas infantiles que nunca escuché. A golpe de agua azotada por el viento se borrarán las huellas de ese hombre que no supo ser mi compañero y me dejó vacía de ilusiones, de deseos, de sueños.
El viento salobre llenará de dulces baladas mis oídos, limpiará mi rostro con dedos amantes y amables, me abrazará para contener mis angustias.

No me muevo de la escollera; no lo haré hasta que las últimas briznas de mi pasado haya sido devorada por los peces. Aquí quiero inaugurar la mujer nueva.
Entonces se calmarán las aguas. Entonces sí me iré caminando muy despacio, no sé si orillando la playa o mar adentro.

domingo, 19 de junio de 2011

PROFECÍA


Una extraña premonición se cruzó durante mi sueño. No recuerdo qué fue, exactamente; sólo sé que el terror me paralizó un momento y que en la duermevela que siguió atiné a pensar que se trataba sólo de una pesadilla que no pudo aflorar. Me pareció distinguir la respiración contenida de mi esposo pero caí en la cuenta de que era sólo mi fantasía ya que estaba sola en el dormitorio. La luz de la luna me acompañaba fija en la ventana.
Desde que mi marido se dedicara con mayor asiduidad a la escritura, mis noches eran más solitarias. Él prefería el silencio nocturno para idear a gusto sus historias. No había logrado que me dijera cómo las iba entretejiendo; lo único que obtuve fue que se encerrara cada vez más en esa esfera en que la credibilidad de la historia fuera el centro de sus esfuerzos.
Había días en que su personaje lo habitaba con tanta fuerza que tenía actitudes impropias de un adulto en sus cabales, tales como recorrer la casa, a gatas, en plena oscuridad y con el mayor sigilo ¿Qué historia estaría escribiendo?
La pesadilla que aquella vez se insinuó se cristalizó en una escena aterradora: era mi esposo quien mientras yo dormía blandía un hacha con la evidente intención de hacerla caer sobre mi cabeza, un hacha pequeña que recordaba a los de los vikingos, con tientos en la empuñadura y de hoja negra. Una así apareció un buen día decorando la pared del pasillo que comunica los dormitorios con la biblioteca.
La pesadilla se tornó recurrente. Esa noche me levanté y me asomé por la puerta entreabierta de la biblioteca. Él no estaba escribiendo; como transportado a otra dimensión, los ojos azorados de espanto, sostenía en alto el hacha presta a caer. ¿Tanto podía obsesionarle su personaje? ¿Tan vívidamente necesitaba meterse en la piel de su personaje? Había una simbiosis inexplicable entre su conducta y mi pesadilla.
Ese hombre, que me llenara una vez de ternura, comenzó a inquietarme. Parecía obsesionado por su relato, por los giros que iba tomando su historia (esto lo suponía, pues nunca supe qué estaba escribiendo)
Había noches en que, entre sueños, lo escuchaba deslizarse a hurtadillas por las habitaciones y hasta creía verlo de pie ante mí, mirando mis cabellos brillosos de luna, los ojos llenos de terror y un rictus de odio en sus facciones ¿Es que estaría durmiendo con mi asesino?
LA extraña situación continuó. Nunca quise abrir los ojos por temor a confirmar que, efectivamente, mi esposo descargaría el hacha sobre mi cabeza.



A partir del cuento LAS PANTERAS Y EL TEMPLO de Abelardo CAstillo

EL PORDIOSERO


Sólo por el nauseabundo olor a cadaverina, los vecinos supieron que aquel ermitaño viejo de imagen conmovedora, a quien veían desde hacía unos veinte o veinticinco años, había dejado de existir. De él sólo conocían los horarios en que salía a mendigar, siempre en el mismo lugar.
La policía derivó el cadáver al hospital más cercano y procedió a revisar cuidadosamente el sitio. Las finas y variadas prendas de vestir, portafolios llenos de papeles, escrituras de casas de departamentos, recibos de alquiler al día y mucho dinero en prolijos fajos de billetes eran el punto de contradicción con el resto del habitáculo del mugriento y antisocial pordiosero.
Una vida menos. Fernando Azuaga Latorre pasó a ser un cuerpo que nadie reclamaba. El frío cobijaba lo que alguna tuvo ilusiones, proyectos, éxitos, fracasos, ternura, angustias. Los restos de Fernando no eran más que parte de la rutina del trabajo policial y de los médicos forenses. Una gota de mar…evaporada.

A Ariel, un joven periodista “cazanoticias”, esa muerte le hizo recordar la película “El viejo hucha” cuyo argumento mostraba lo contraproducente que resultaba el celo de un hombre por asegurar el futuro de su familia. La hipótesis de un caso similar le resultaba viable. La acumulación de dinero y la vida llevada al extremo de la austeridad era el punto clave para establecer el paralelismo. Existen miles, millones de “huchas”; no son noticia. No por eso dejaba de producirle inquietud este caso en particular. Intuía que algo había…
Decidió comenzar por hablar con Diana, su amiga psiquiatra.
-Ariel, es sólo un caso muy claro de síndrome de Diógenes: la acumulación de residuos domésticos, el descuido de su persona e higiene, el aislamiento social total,…
-¿Y? ¿Así, tan naturalmente una persona puede caer en ese estado?
-No. Aunque se da en la tercera edad, suele haber como antecedente una enfermedad de base que afecta el funcionamiento de las funciones cerebrales superiores, demencia en particular y…
Ariel la interrumpió:
-Esa es una respuesta clínica. Busco una respuesta racional
Las cejas de Diana se alzaron librando el asombro en su mirada.
- Diana, ¿puede un cuasidemente haber logrado reunir semejante capital y llevar una administración tan puntillosa, más allá de la acumulación?
-La mente humana aún tiene aspectos desconocidos. Allá tú si quieres redescubrir la pólvora…
Estas respuestas no lo desanimaron. Más y más interrogantes le surgían. Si el viejo permanecía siempre en el mismo sitio ¿cómo llegaban a él los contratos, los recibos, el dinero de los alquileres? Las fechas eran recientes…
Segundo intento: los inquilinos. Eligió uno cuyo contrato estaba por vencer. Simulando la posibilidad de alquilar el departamento, lo interrogó, sin entrar al domicilio, acerca de las comodidades de la vivienda y del modo de pago.
-Se ocupa un administrador. Es más cómodo para don Fernando y para mí.
Agradeciendo la amabilidad del inquilino, se retiró con otra opción para avanzar. ¿Habría un solo administrador para todas las propiedades?
Entusiasmado, decidió no dejar pasar el tiempo y comenzar por el administrador del edificio que acababa de visitar.
Todo cuanto había aprendido en su carreara de periodista acerca de “saber preguntar” se ordenó en su mente dejando el puzzle perfectamente armado. Así, localizó al administrador que buscaba pero en ese momento no estaba disponible para atenderlo.
Ariel regresó a su casa con la adrenalina en plena acción. Pasaron varias horas hasta que encontró sobre la alfombra la tarjeta de la empresa constructora de los edificios, en la cual figuraban el nombre de Fernando y otro más. Al dorso, leyó: “olvida el tema si es no que quieres ir a refrescarte en la morgue”

Resultados de la autopsia del cuerpo de Fernando Azuaga Latorre: “Muerte dudosa. Aún se están analizando los órganos”

sábado, 11 de junio de 2011

LA LLORONA (re-elaboración de la leyenda urbana)


Levanto el hocico librando mi nariz a los cuatro vientos…¡ otra vez olfateo el miedo la mujer y de los chicos!
Lo pelos de mi cruz se acomodan enhiestos; cada vez se expande más mi pelambre. Cede por momentos y vuelve a erguirse ante el gemido angustioso, el llanto dolorido que está fuera de la casa, junto a la venta.
Los perros vemos cosas que los humanos no alcanzan a percibir. Veo al patrón, el marido muerto de la mujer, cuando pasea un poco por la casa mirando con una sonrisa tierna a los chicos; ella ni se mueve, duerme tranquila, no sabe que está por ahí. Yo sí lo veo aparecer de la nada y volver a diluirse. Me pongo inquieto aunque enseguida se me pasa ahora que soy viejo. Antes, no; cuando era cachorro alborotaba bastante cuando aparecía. Él fue quien me dejó entrar y quedarme en esta casa.
Antes era “de la calle”. Entonces veía a la llorona y le conocía todos los movimientos. Una masa brumosa le daba paso a la luz de la luna de medianoche; con su manto entre vaporoso y luminoso recorría las calles emitiendo tristes y prolongadísimos gemidos, lo que hacía suponer una honda pena moral o un tremendo dolor físico.
Las hipótesis acerca de esa aparición venían repitiéndose desde antaño: me decían mis congéneres caninos que les habían contado que quizá era el alma en pena de una joven que había abortado o de una mujer a quien le habían arrebatado el hijo; también que podría ser que veniera a llorar a sus hijos huérfanos… Como fuere, su sino era vagar eternamente por la Tierra llorando su angustia.
En esos tiempos, la veía dar pasos lentos por silenciosas calles solitarias, detenerse en algunas ventanas, levantar la cabeza al cielo y gemir con tanto desconsuelo llamando al niño. Otros perros más viejos entonces me habían contado que hacía muchísimos años hasta los hombres más valientes quedaban mudos, pálidos y fríos tras ella; la seguían con la vista hasta verla desaparecer dentro de la bruma tras un último penetrante, agudo y prolongado gemido, con la cabeza dirigida al oriente.
Fueran una o miles las mujeres sufrientes por un hijo las plasmadas en la llorona, se repetía el rito ancestral.

Ya no ladro más; les dejo ese afán a los cachorros. Ellos tienen aún muchas cosas que conocer e incorporar a su perruna memoria.

martes, 10 de mayo de 2011

BIOGRAFÍA APÓCRIFA


“A mí, tan luego…” que me nutre la convicción de que todos los habitantes de este mundo permaneceremos sólo mientras nos mantenga un sueño, me comentaron acerca de aquel chiquillo - sentado a lo lejos, solo con su perro – está siempre gesticulando como si estuviera interpretando melodías en una guitarra.
Su cabellera desgreñada, de color posiblemente oscuro pero indescifrable, enmarca su rostro. Rostro que va perdiendo la sus formas redondeadas, de niño, dando paso a los primeros ángulos en los pómulos y en los maxilares del adolescente.
Ojos oscuros, de tupidas pestañas, bailan debajo de las cejas bien delineadas cuyo color pardo no parece haber sido afectado por el sol, el polvo y la falta de un trozo de jabón blanco como sí hacía presuponer el cabello. Dos líneas verticales en el entrecejo, no por enojo o preocupación sino la perpetua sensación de estar oyendo, concentrado, los acordes que en su ensoñación arrancaba a una imaginaria guitarra.
Su figura menuda recostada sobre el tronco del árbol, lleva ropas de origen incierto: de algún posible hermano o quizá ofrecida por esos tantos seres caritativos a su personalidad apacible, que a nadie molesta y a todos deja abre un interrogante con su imaginaria guitarra que hace sonar en aquel apartado rincón.
Manolito era uno de esos habitantes que dan colorido a un pueblo. Nadie desconocía al chiquillo que tarde a tarde soñaba melodías. No se le conocía familia, era algo así como propiedad colectiva, parte del paisaje.
Bienhadado el día en que la ternura que generaban su desamparo y su música interior hizo que le regalaran una guitarra.
Feliz con sus dos instrumentos, Manuel hacía volar la mirada de la nueva adquisición a sus manos adiestradas para la otra. Una duda se marcó en su entrecejo: ¿sonarían igual, sería la nueva tan dócil como la otra? Probó con algunos acordes. Sonaba bien. Intentó con una melodía más compleja; las notas atascadas en las cuerdas, desvirtuándose.
- Falla, dijo el músico
El desconcierto se dibujó en el rostro de quienes se la habían regalado, pero no en del jovencito. Le ofrecieron hacerla afinar por un profesional; no quiso. Acotó:
- Si entrené a una para diga lo que yo quiero, puedo entrenar a otra para que diga lo que yo quiero, lo que a mí me brota del corazón, de la mente y pasa a mis manos. Eso nadie lo puede saber más que yo.
Regresó a su apartado viejo tronco, pensando melodías con su vieja guitarra y adiestrando a la nueva para que las reprodujera tal cual las oía en su interior. Cada tanto alguien le preguntaba si la guitarra seguía fallando
- Falla… mi manera, respondía.
Manolito se hizo hombre con sus guitarras a cuestas. ¿Fallaba? ¡No!! Al fin lo comprendió: sus creaciones necesitaban de más instrumentos para que fueran fieles a sus imágenes mentales.
Como un río desmadrado, sus inspiraciones tomaron cuerpo y nombre. “El amor brujo”, “La vida breve”, “El sombrero de Tres Picos”, “Los amores de Inés” fueron interpretadas por pequeñas orquestas. Las notas de “Mazurka”; “Vals nocturno”, “Serenata andaluza”, “Capricho” emergieron de otros instrumentos.
La guitarra que hacía tanto tiempo recibiera Manuel no fallaba… O sí, “fallaba”: recostado sobre el mismo tronco que lo contuvo de pequeño allá en Alta Gracia, se durmió para siempre don Manuel de Falla


Abril de 2011
Basado en el cuento “El pequeño rey zaparrastroso” de Eduardo Galeano

domingo, 16 de enero de 2011

SESIÓN DE TERAPIA


No pienses que vivo mirando mi ombligo. No pienses que estoy ciega de dolor, que no puedo ver a otras personas con todas sus virtudes. Puedo, sí, puedo mirarte y verte, ver tu maravilloso mundo interior. Tus celestes y ocres plasmados en una pintura; tus elecciones literarias; el placer igualado en un Mozart, Chopin, Debussy; Monet, Degas, Xul Solar, Goghin; tu toma de posición frente los aconteceres de la sociedad, del mundo; tu palabra de autoridad acerca de muchos tópicos. Puedo, si, escuchar las múltiples anécdotas que acumulaste en tu vida; complacerme en las que compartís conmigo, sentir tu tímido orgullo cuando ponés en mis manos todos los diplomas que te acreditan.
Puedo sentir el abismo cuando tu mano derecha apoyada con suavidad en mi hombro izquierdo marca la distancia psicofísica en el saludo de despedida de cada encuentro...

BIOGRAFÍA PRESTADA I


I Presente
Levita en su presente. Tan acotado lo tiene que no puede abarcar todos los indicios que le unen a la existencia; sólo registra algunos; pierde la mayoría en la nebulosa diaria. Están ahí, si, pero no disponibles; no los ve aunque alguna parte de su conciencia los registre. Por las noches le abruman apareciendo en sus sueños como un reproche, una llamada de atención por todo lo que se escurre de entre sus percepciones y no logra asir. ¡Es la vida misma, carajo! Con sus muestras pequeñas y grandes, más o menos importantes.
Levita entre el fragor de palabras que le dirigen: ¿viste esto? ¿escuchaste a …cuando dijo que…? ¿Leíste lo de…? ¿Estuviste con…? ¿Recordaste que tenías que…? Pero… ¡vos vivís debajo de un felpudo!! ¡Ayer mismo te dije que…, cómo no te vas a acordar! Cada frase es una punzada, un autorreproche.
Busca la soledad no porque se complazga en ella sino para no tener que escuchar e intentar una paciente explicación que sistemáticamente interrumpen: “te hacés la víctima, es la más fácil para vos; no hacés las cosas porque no querés hacer el esfuerzo”
Quiere decirles que el cansancio de vivir le agobia, que necesita reponer fuerzas emocionales, que los gritos, reproches y abruptas contestaciones no le ayudan. Que se levanta con ilusiones cada día y conforme van pasando las horas oscurecen el sol en su corazón.
Entonces… levita en el presente que le obtura una visión satisfactoria del mañana, que le bajan las energías que debería poner en sus proyectos personales.
II
Aunque aún tiene mucho por hacer para reconstruirse, fueron varios años de de esfuerzos y voluntad profunda para avanzar, para tener una posición frente a la vida más eficiente, sin ignorar sus sombras pero sin privarse de sus luces.
Para salir de ese entorno que le oprime debería reubicarse en otro lugar para vivir…o desalojar a estos inquilinos forzados que le destruyen porque nunca le entenderán quizá por ley vital. Eso tiene que aceptarlo, asumirlo; por ahora no tiene fuerzas para superarlo. Qué se logra con que le expliquen que esto es así porque tienen una cierta imagen suya por la cual no toleran verle en su debilidad; una imagen de demasiado fuerte como para ser reconsiderada sin proceder a su destrucción casi indefectible.
Levita entre lo que es y lo que debería ser: una convivencia armónica mientras compartan el techo, con respeto absoluto por sus individualidades, haciéndose cargo cada cual de una parte del espacio físico, solidarios entre todos pues no siempre se tiene la misma disposición anímica y… se necesitan entre sí. Si la solidaridad no comienza por casa…
III
Historia conocida hasta el hartazgo. Con variaciones en clave de sol y clave de fa.
Con colores y formas plasmados en acrílico, óleo, lápiz, carbonilla, acuarela.
Con letras torvas y eruditas. Su vecina, su amiga, ella, Melanie Klein, Francoise Dolto, Lacan, Julia Kristeva
Dolor de muchos, consuelo de tantos. Pero…pañuelo ajeno no seca lágrima propia.

Será. Pero no quiere llorar más; cree ya lloró casi todas las grandes amarguras que reserva el santo oficio de vivir. Quedarán otras, sí; quiere afrontarlas con dignidad cuando lleguen

DIJISTE (diálogo con Rob)



En un lugar dijiste que vibramos en la misma sintonía… ¿Será porque compartimos ciertas competencias comunicativas? Por esa arista no vibramos en la misma sintonía: nos entendemos desde el desentendimiento originado en el hecho de no hacer explícito lo que suponemos obvio.
Sí latimos la vida desde el lugar de la soledad. Somos los eternos cuestionadores de actitudes que nos punzan ¿será que tenemos la susceptibilidad exacerbada, mal orientada? Nos pesa el ayer; la porfía vela nuestra mirada; no nos percatamos del sol que justifica la sombra que nos acosa. ¿Nos acosa…o nos empecinamos en vivir en el sotobosque? Será que no supimos construir puentes ¿O que nos negamos a transitar sendas ajenas y eso nos convierte en desadaptados emocionales?
¿Sabés? Dicen que hay un sol que sale para todos… A poco de aguzar la mirada brillan múltiples haces. ¿Vivir bien emocionalmente es hacer como si estuviéramos bañados en oro soleado? Ah! No, claro que no. Lo había olvidado: es dejar que esas cosas pasen de soslayo a nuestro lado si hacernos cargo de que nos rozan, sin percatarnos de algún que otro rasguño; tu dermis y la mía, roja y densa telaraña, ¡no existen!! No existen quienes no nos advirtieron con claridad que íbamos cuesta abajo, ni quienes pensaron que llevándonos en sus brazos aprenderíamos a caminar.
La estética el dolor. Poetas, músicos, artistas plásticos subliman su esencia como los sueños subliman nuestras demandas inconscientes.
¿Será que lo que buscamos anida en la cara oculta de la luna?